viernes, 19 de noviembre de 2010

David Monteagudo, Fin


David Monteagudo es uno de esos casos raros de vocación literaria tardía y brillante, aunque sólo sea por su primera novela. A la prensa le gusta señalar que trabaja en la cadena de montaje de una fábrica de cartones, por aquello del mito de la Cenicienta proletaria que se convierte en princesa escritora. Que nadie se lleve a engaño, sea cual sea esa vida que financia dos.

Fin resulta desde el principio una novela sorprendente, extraña, atípica, diferente a lo que estamos habituados a leer. Sólo por eso, ya merece la pena. Pero es también un fresco psicológico, una novela profundamente humana e individual. Un grupo de antiguos amigos en la cuarentena se reúne tras un largo periodo de poca relación en un refugio de montaña para disfrutar de un fin de semana nostálgico. Sin embargo, nada es lo que parece. Desde el principio, aflora un turbio episodio del pasado que los une y, la primera noche, un inesperado apagón altera los planes de nuestra cuadrilla. A partir de ahí, “algo” nos amenazará, de manera cada vez más cercana y palpable.

El lector se convierte en un personaje más, quizás algo más consciente, atrapado por la prosa asfixiante de las descripciones de ese narrador más omnipotente que omnisciente, que se aleja de nosotros, que nos abandona a nuestra suerte. A toda costa desearemos escapar de la atmósfera apocalíptica, de ese miedo a pleno sol y en espacios abiertos. Sólo por eso, por un instinto de supervivencia, avanzaremos en la lectura, para huir de los galgos como si fuéramos sus presas.

Lectores fácilmente impresionables, abstenerse.


Si queréis ver el vídeo de la segunda parte de este programa (17/11/2010), pinchad aquí.

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