lunes, 23 de mayo de 2011

Marian Womack, Memoria de la nieve


¿Quién no se ha quedado inmóvil al contemplar un paisaje nevado, al escuchar el silencio en el que la nieve sepulta a las ciudades? Sus copos no son inocentes: congelan el tiempo, acallan el bullicio, sepultan los colores en uno solo, un blanco brillante que nos hace entornar los párpados hasta casi cerrarlos.

Algo parecido ocurre en Memoria de la nieve, la primera novela de Marian Womack (Cádiz, 1975), publicada muy recientemente por Tropo Editores. Sus siete capítulos nos trasportan a siete lugares diferentes, en siete tiempos distintos, desde el Moscú Revolucionario hasta el Oxford de los años sesenta, pasando por Siberia, la sierra de Mallorca o la Antártida, el lugar donde todo es nieve. Unidos por este leitmotiv, la novela se articula como un mecanismo perfecto de narraciones circulares y personajes que aparecen y desaparecen, sin que tengamos la certeza de que sean siempre los mismos, que se van inmiscuyendo unos en las historias de otros, como muñecas rusas indisciplinadas ante la locura o la muerte.

Esta novela, intensa y desasosegante, nos habla de la soledad, de lo peligrosa que resulta la hibernación en uno mismo al dar lugar a existencias enfermas de melancolía, fantasmas o impulsos de autodestrucción. Tiene algo de cuento gótico, de atmósfera inquietante, como en el capítulo titulado Oxford, la nevasca y el museo, donde el protagonista es un archivero, cuya vida bascula entre su conducta rutinaria y dos hechos que lo vienen a sacudir, a saber, las visiones de un fantasma (su hermano pequeño muerto) y la irrupción de una extraña mujer.

Una prosa muy cuidada, en la que las palabras se transforman en imágenes, olores, resplandores níveos. Una novela para lectores que piden más, a los que no asustan las vueltas atrás en la narración ni temen hacerse preguntas. Para quienes la ausencia de respuestas incluso satisface. Las historias no siempre se cierran, el final es el comienzo. Y cómo nos gusta que nos hagan extrañar lo cotidiano, lo en apariencia inofensivo.


Si queréis ver el vídeo de la segunda parte de este programa (18/05/2011), pinchad aquí.

Mario Benedetti, La tregua


De Martín Santomé sabemos lo que nos dicen sus entradas de diario, a veces unas pinceladas sobre su persona, sobre su familia o sobre la vida gris de la oficina. Empleado viudo con la jubilación en ciernes, tres hijos con los que mantiene una tensa y afectuosa relación al mismo tiempo, viejos amigos viejos que llegan y se marchan. Nuestro narrador se describe a sí mismo como un triste con voluntad de alegre que dice haber jugado ya todas sus cartas y estar aguardando sin esperanza el final.

Pero entonces aparece una mujer, Laura Avellaneda, una joven vital, decidida, segura, inteligente, ilusionada, y entre Martín Santomé y la melancolía se establece una tregua. ¿Será efímera o, por el contrario, ganará la partida al personaje gris y resignado de Martín?

Mario Benedetti (1920-2009) publicó La tregua en 1960. Autor prolífico, poeta y narrador, escribió más de ochenta libros. A pesar de que la trama se sitúa en Montevideo y de que, de vez en cuando, aparecen briznas de vocablos uruguayos (por lo que la edición de Cátedra, con sus estupendas notas al pie, es más que recomendable), nos cuesta poco retroceder medio siglo y coger el tranvía por las calles de la capital uruguaya.

Una novela breve, de escasas 200 páginas, un diario que se lee como se escribe, en fragmentos cortos de estilo rápido, sencillo, que nos hace reflexionar sobre la fugacidad de la existencia, sobre las vidas no vividas y las treguas que no debemos dejar de atrapar con fuerza, apretando mucho los puños.



Si queréis ver el vídeo de la primera parte de este programa (18/05/2011), pinchad aquí.